miércoles, 21 de noviembre de 2012

"LLUVIA" de Haydée Acosta Godoy



     Al levantarme, descubrí una negra columna que ascendía por uno de los pilares del fregadero, para luego continuar en horizontal en una hilera, que avanzaba acompasadamente , hasta un punto que se perdía en la unión de los grifos con la pila.  Eran las hormigas, mis inquilinas ocasionales, que iban y  venían por la misma ruta, sin chocarse siquiera y empeñadas en su trajín sistemático, que daba al conjunto un balanceo monótono e hipnotizante, para mis ojos todavía entornados entre el aleteo del sueño.  No quise interrumpirlas demasiado. Siempre tuve un gran respeto por estos insectos al verlos tan laboriosos y esforzados en preservar su habitat y aunque a veces me disguste un poco encontrármelos en el camino de mis quehaceres cotidianos, procuro hacer como si no los viera.
     
      Sólo al cargar la pava para el desayuno, noté que algunas se dispersaban, las que estaban más cerca del chorro de agua, seguramente sobresaltadas por el ruido que producía al caer, haciendo eco sobre el metal.
La mañana era calurosa. Olvidándome de las hormigas, me senté a tomar mi infusión y ya noté que una mosca testaruda se posaba al filo de la taza, o en el borde del azucarero, sobre la radio, luego en un tarro de especias; la mesa de mi cocina era para ella un mundo por descubrir y cada vez que yo intentaba darle caza, ella se zafaba burlándose de mí. Conforme pasaban las horas aumentaba el calor e iban apareciendo pequeños enjambres de moscas que zumbaban y se tropezaban constantemente con mi frente o con alguna otra parte de mi cara, como si esperaran que respondiera a alguna duda crucial de sus efímeras existencias.  El sol del mediodía fue cediendo paso a un nublado denso cargado de humedad, creando un ambiente bochornoso en el que el trajín de moscas iba en aumento dentro y fuera de la casa.  En la calle, los vecinos mientras charloteaban, daban manotazos en el aire a derecha o izquierda para librarse del acoso mosqueril.  Al caer la tarde, comenzaron a caer las primeras gotas de lluvia.  Me dí prisa, colocando estratégicamente en algunas zonas del patio tres paraguas ya desvencijados, para proteger algunos objetos y plantas delicadas que se encontraban muy expuestas.  Gran decisión ; apenas media hora más tarde, un río de agua a gran velocidad avanzaba por paredes y suelo,  arrastrando consigo hojas y flores del jazmín y la bugambilla, como si una primavera ahogada en su propio llanto, sucumbiera en el desagüe sin remedio. 
      Las hormigas y las moscas, eran los signos inequívocos de esta tormenta ; unas, saliendo a hacer acopio de víveres antes de que el agua sellara los caminos de acceso a sus despensas de alimento ; las otras, presintiendo una muerte inminente y tratando de subsistir el mayor tiempo posible en los rincones más cálidos de los hogares,o cerca del corazón de los seres humanos, para no morir solas ; tal vez ellas también lleven impreso el miedo a lo desconocido.   La lluvia no cesó por dos días.  Bajo los primeros rayos de sol del tercero, varios paraguas recuperaban su tersura, brillando todavía por algunas gotas dispersas en su superficie.
     Así es que cuando llegan los dias de lluvia, los paraguas se abren en mi patio como flores raras de una especie nada común.

Haydée Acosta Godoy

31/10/2012

Tema: LLuvia